TÉCNICAS DE ESTUDIO
"..Aunque no dejara de tener padre y hermanos, fui alejándome de mi familia y pasé a formar parte de la casa del arcediano a medida que cumplía los años. Don Bricio organizaba mi vida y disponía según su voluntad de lo que había de ser de mi persona en cada momento. Eso, para un niño de apenas diez años, pobre, huérfano de madre y hecho a andar por ahí todo el día unido a una bandada de rapaces alampantes, suponía una gran seguridad.
En ese momento, don Bricio rogó en voz alta a Dios que tuviese a bien en su divina misericordia aceptar mis cabellos como signo de humilde renuncia al adorno humano y de voluntad de consagración a su servicio. Luego solicitó al obispo que me tomara bajo su mano.Como si las letras estuvieran sembradas en estado de latencia en mi alma infantil, aprendí con gran facilidad la lectura y la escritura y en pocos meses manejaba los libros sagrados con tal facilidad que mi eclesiástico protector y mentor, don Bricio, no tenía tiempo para salir de su estado de asombro. Cuando me oía recitar los salmos y leer con soltura las páginas de las Escrituras, me revolvía los cabellos cariñosamente y con entusiasmo emocionado exclamaba:
—¡Dios te ha hecho para esto, Blasco! ¡Eres una criatura suya! ¡Sí, sin duda perteneces al buen Dios! Él no te dejará nunca.
Abrió el maestro unos grandes ojos de asombro y después comentó:
—He de hablar con don Bricio. Me parece prudente que te incorpores a la schola cantorum.
No estuvo muy conforme al principio el arcediano con esta propuesta de don Pelegrín. Mas luego comprendió que la música completaría mi formación y accedió a que ingresara en el grupo de los cantores. Cuando cumplí los catorce años, don Bricio solicitó al obispo que se me admitiera a un grado más en el estado clerical, que consistía en la entrega y vestición de la sobrepelliz, que era el blanco sobrevestido coral que usaban los acólitos. Los sacerdotes y el propio obispo estuvieron muy conformes y se me impuso ese hábito tan codiciado por todos los muchachos que querían servir al altar.
No podré olvidar nunca las lágrimas en los ojos de mi pobre padre y mis desarrapados hermanos en la ceremonia que me elevaba a la condición de clérigo casi definitivamente.
Fue una hermosa celebración, un domingo lluvioso de noviembre. Sabiéndome el centro de todas las miradas, caminaba yo con falsa humildad fijos los ojos en el suelo, sin delatar la arrogancia que me envanecía por dentro..."UN RELATO PARA EL FINAL
-Cuando acabo la ceremonia todos le daban al pequeño la enhorabuena , su padre e hermanos estaban muy contentos con lo que había hecho . Le dijeron que Dios le había dado un don y que quería que estuviese con el toda la vida. El muy feliz de oír las palabras se emociono y dijo que siempre iba a estar para hacer el bien a Dios .
LO MAS DIFÍCIL
-Lo más difícil a sido la parte de inventar lo final.
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